La escalera de los Términos no Ofensivos – Hace 31 años, este mes de febrero, que me operaron de la columna y empezaron mis problemas de Salud. Y en estos 31 años he visto cómo las palabras y términos cambian una y otra vez por un incremento en lo que se considera ofensivo.
Tengo un carnet de hace décadas donde se me califica como minusválida y no me molesta, lo conservo sin problemas. Me he definido a mí misma como discapacitada cuando me preguntaban por mi salud o por mi manera de andar. Y toda mi vida he escuchado el término Autista sin que por ello se cayeran los muros ni los cielos.
Ahora cuando tengo que definir mi condición física me tengo que poner a pensar muy lentamente para decirlo sin ofender a nadie, cuando estoy describiéndome a mí misma, y pienso que todo este tema se nos ha ido de las manos. Cada vez añadimos más coletillas, y cuantas más coletillas a la descripción añadimos, más nos diferenciamos de los demás. Lo que intentamos hacer añadiendo palabras es lo que nos está separando.
¿Soy discapacitada? ¿Soy «persona con Diversidad Funcional»? ¿Mi hijo tiene TEA (Trastorno de Espectro Autista), o tiene Autismo, o es Autista? ¿Quién tiene la potestad para decidir lo que a mí me ofende o lo que no? Si seguimos así en otra década tendremos que denominarlos con frases de 6 o 7 palabras para definir algo que se puede definir brevemente mientras se haga con respeto.
Personalmente prefiero decir que mi hijo es Autista con todo el cariño del mundo, a que una persona me diga que no quiere que su hijo juegue con una «persona con Autismo». Prefiero que alguien diga que tengo una invalidez o soy discapacitada al ayudarme a sentarme cuando estoy mal, a que alguien me mire por encima del hombro y hable mal de las «personas con diversidad funcional» porque tienen más «ventajas» para aparcar. Esto son ejemplos, pero estas cosas pasan. Las palabras no ofenden si cuando salen de las bocas no son para ofender.
Puede que sea que soy una zona de España donde podemos saludarnos cariñosamente con un «Eh Cabrón» e insultarnos con un «tu eres muuu listo«. O puede que no me tome tan en serio si alguien no sabe como abordarme para preguntarme por qué mi niño tiene profesores de apoyo.
Al final, y como dije antes, dando tanto rodeo y siendo tan puntillosos, somos nosotros mismos los que estamos abriendo un abismo y separándonos de la normalidad.
Yo soy del Puerto y soy Portuense, no «Personas que nació en el municipio gaditano llamado El Puerto de Santa María». Soy morena, no soy una «personas con cabello oscuro». Soy mujer, madre, discapacitada, pensionista, bloguera, miope (no «persona con miopía»), etc. Me insulta el que me hace daño adrede o usa un término para dañar, ya sea «guapa», «inválida», «pesada» o «lista». No me dañan las palabras sino las intenciones y las ideas.
Cuando nos empeñamos en que una palabra es discriminatoria cuando está usada con respeto, los que nos empeñamos en discriminarnos somos nosotros mismos.
Puede que tantos esfuerzos en mantener términos no ofensivos se podían dedicar en mejorar la vida de los que padecen discapacidades, y no en cómo se nos denomina.